A unos 100 kilómetros de Barcelona, música, baile y pirotecnia se funden para dar vida a esta fiesta medieval que data de 1525 y que fue declarada por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La Patum se divide en varios actos que coinciden con la celebración del Corpus y se extienden de miércoles a domingo con una serie de actividades. Según cuenta la tradición, el sonido del tabal (gran timbal) y su repicar es el que daría origen a la palabra Patum.
La Plaza San Pedro de la localidad se transforma en el lugar de encuentro y eje central de la celebración, donde enormes figuras místicas y representativas se abren paso entre los miles de asistentes que danzan al ritmo de las comparsas. El baile se caracteriza por una serie de ritos solemnes, que van acompañados de fuego y petardos característicos de esta fiesta popular.
De esta manera, personajes como El aguila (l’Aliga), los cabezudos nuevos (Els nans nous) y gigantes (Gegants), se mueven entre un público que salta al ritmo de la música en una danza de nunca acabar. A esto se añaden las Mazas y las Guitas, figuras de diablos y dragones de cuello largo que emergen entre la multitud lanzando petardos a la gente que se refugia en improvisados atuendos para evitar que el fuego les queme.
El tirabol representa la danza final donde todo el pueblo se mueve en el sentido contrario a las agujas del reloj; la masa mágicamente se sincroniza en un colorido espectáculo. Todo acaba cuando las luces se apagan y 900 cohetes se encienden simultáneamente en lo que se conoce como los saltos de plenos (salt de Plens), una de las actividades más esperadas y con las que se cierra la jornada.
Celebrar el Patum es sinónimo de libertad, es unirse a una danza común y dejarse llevar por las comparsas que alimentadas por el fuego, iluminan una vez al año el cielo de Berga.
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